AL FILO DE LO INSUSTITUIBLE

......

En Gredos no resulta difícil ver de cerca las cabras montesas a poco que tengas la oportunidad de caminar un par de horas desde la Plataforma a los Barrerones. Se asciende por una trocha empedrada y empinada, desde los 1.700 hasta los 2.200 metros de altura; arriba, entre los macizos de arbustos, asoman aquí y allá los largos cuernos de los machos, o pasean junto al vacío contagiándote el vértigo que no sienten.

Si no apetece la subida o, como es mi caso, no la soportan los pequeños acompañantes, también es fácil ver a las cabras abajo cuando, a la caída de la tarde, se acercan a beber al río que baja por la Plataforma, hasta donde se llega en coche. Aquí los grandes machos no son tan frecuentes, sólo visibles cuando el celo les remueve la sangre y rondan a las hembras, chocando sus cuernas como martillos y yunques, inundando de chasquidos la garganta de roca. El río, el Barbellido, sus pozas y su música torrentera, son, sin embargo, territorio femenino, un lugar tranquilo de agua limpia, de hierba fresca incluso cuando los rigores del verano agostan la vegetación que no tuvo la suerte de arraigar unos metros más cerca del arroyo.

Las hembras de esta especie son tímidas, insinuantes. Bajan por las rocas rotas con trayectorias evasivas, vigilantes ante las miradas de los humanos, protectoras de sus cabritos. Desprovistas del altivo desdén con que los machos adornan su facha de demonios, las hembras te lanzan miradas recatadas mientras se aproximan con pasos de geisha, camufladas con los colores del monte, camaleónicas bajo la luz rasa del atardecer, apareciendo y desapareciendo como espectros entre los riscos, merodeando entre las nubes.

Todo lo cambio por unas pisadas de terciopelo sobre el abismo en sombras, por una silueta recortada contra la luz menguante, cuando voy a Gredos.

......