El buen cuerpo que se le queda a uno después de una buena noche de jazz y brisa... David Sanborn (saxo), Joey De Francesco (órgano, trompeta, voz) y Steve Gadd (Batera). Viejos zorros de estudio, músicos de sesión. El escenario, evocador: una ruinas romanas cerca de la playa, a lo Pink Floyd.
Comenzaron a medio gas, destilando su genio según programa, administrando los aplausos, luciendo la destreza de sus dedos. Parecía como si nos estuviesen probando: ese juego del directo entre el artista, que mide, y el público, que da la medida de lo que merece. Podría haber quedado todo en otro concierto más de jazz, correcto y anodino, pero latía demasiada lava en aquel volcán, y parecía inevitable que desbordase el programa, lo mereciese quien lo mereciese.
No es nada difícil ponerse en marcha si tienes en la manga una buena versión de una buena canción, así que Sanborn, Gadd y De Francesco echaron el resto y enseñaron el as: Basin' Street Blues. El trío dejó de medir, y las bancadas de asientos de plástico cogieron el ritmo dominante de la potentísima batera de Gadd. Joey De Francesco, un tipo simpático, se convirtió en el alma de la fiesta con su intervención vocal para bordar un Let the Good Time Roll que acabó de poner cachondo al personal, cada vez más convencido de que la locomotora estaba tomando carrerilla.
La sucesión de solos había dejado paso a un diálogo mucho más fluído entre los del trío -y entre ellos y el público-, como si alguien hubiese visto a tiempo que es imposible hacer un buen cocido con salchichas de Frankfurt y hubiese sacado a tiempo los chorizos, el blanco y la olla a presión. Sanborn desistió de las demostraciones de virtuosismo y empezó a sonar de verdad, fácil y perfecto.
La canción de cierre, cuyo nombre no recuerdo, ágil y potente, apoteósica, acabó por hacer saltar el pito de la olla a presión. El cocido estaba en su punto, ligados los aromas. Ahora sí, listo para servir.
Comenzaron a medio gas, destilando su genio según programa, administrando los aplausos, luciendo la destreza de sus dedos. Parecía como si nos estuviesen probando: ese juego del directo entre el artista, que mide, y el público, que da la medida de lo que merece. Podría haber quedado todo en otro concierto más de jazz, correcto y anodino, pero latía demasiada lava en aquel volcán, y parecía inevitable que desbordase el programa, lo mereciese quien lo mereciese.
No es nada difícil ponerse en marcha si tienes en la manga una buena versión de una buena canción, así que Sanborn, Gadd y De Francesco echaron el resto y enseñaron el as: Basin' Street Blues. El trío dejó de medir, y las bancadas de asientos de plástico cogieron el ritmo dominante de la potentísima batera de Gadd. Joey De Francesco, un tipo simpático, se convirtió en el alma de la fiesta con su intervención vocal para bordar un Let the Good Time Roll que acabó de poner cachondo al personal, cada vez más convencido de que la locomotora estaba tomando carrerilla.
La sucesión de solos había dejado paso a un diálogo mucho más fluído entre los del trío -y entre ellos y el público-, como si alguien hubiese visto a tiempo que es imposible hacer un buen cocido con salchichas de Frankfurt y hubiese sacado a tiempo los chorizos, el blanco y la olla a presión. Sanborn desistió de las demostraciones de virtuosismo y empezó a sonar de verdad, fácil y perfecto.
La canción de cierre, cuyo nombre no recuerdo, ágil y potente, apoteósica, acabó por hacer saltar el pito de la olla a presión. El cocido estaba en su punto, ligados los aromas. Ahora sí, listo para servir.