HISTORIA DE LA MÚSICA

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Los instrumentos aerófonos fueron una de las herramientas con las que contaron las sociedades primitivas para expresarse musicalmente. Ya el mítico Pan se servía de una rama hueca de árbol para entonar sus melodías y, desde el inicio de los tiempos, los hombres han soplado toda clase de cosas para obtener de ellos un sonido agradable, o desagradable: calabazas, ramas huecas, vasijas,…

Un mito de los aborígenes australianos sitúa directamente el origen de la música en uno de esos instrumentos aerófonos. Cuenta la leyenda que un ser antropoforme y monstruoso asaltó el poblado de los aborígenes y raptó a dos jóvenes doncellas; las astutas chicas, sin embargo, mediante métodos que dejo a la imaginación del lector, consiguieron burlar la vigilancia del monstruo y emprender la huida hacia su poblado. El monstruo, apercibido por fin de la fuga de su pequeño y reciente harén, corrió tras ellas y casi las alcanzaba cuando las jóvenes avistaron su casa. Los parientes de las chicas, más prevenidos ahora, salieron en tropel al ataque del monstruo y le regalaron una colección de un centenar de flechas en el estómago, a lo que el monstruo se plegó de dolor sobre si mismo y, de forma natural, comenzó a soplar su propio pene y creó la música.

Desconozco más detalles del mito australiano, pero me permito ofrecer una copia de un petroglifo hallado en las excavaciones de Melachupoh Yohmimmo, en la provincia de Adelaida, que resulta bastante explicativa del manejo del instrumento. Obsérvese como el músico (el monstruo, en este caso) utiliza sus manos para modular con las nalgas la salida de aire, lo que, probablemente, convirtió a los indígenas de Melachupoh en unos auténticos virtuosos de la Edad de Piedra.

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Ismo, 2008

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