16.7.10

ELOGIO DEL ORINAL

Mi abuela, que en paz descanse, vivía en una de aquellas casas antiguas, de techos altos y huérfanas de calefacción, entre cuyas paredes se acumulaba por la noche todo el frío de las heladas mañaneras. Dormías hundido en colchones de pluma, abrigados cual moderno edredón nórdico y listados de blanquirojo, y sepultado por una capa de lana que pesaba como si tuvieses encima al rebaño entero de ovejas. En aquellas condiciones, levantarse de madrugada para ir al baño era todo un suplicio, más aún porque el aseo se disponía a menudo en la galería de la casa como un añadido al cuerpo principal de la vivienda, concebida en tiempos en que la disponibilidad de un cuarto independiente en el interior para el sanitario era un lujo al alcance de pocos y en los que tal menester se cumplía en el exterior. Para suplir aquellas deficiencias, cada estancia de la casa destinada a dormitorio albergaba un orinal a los pies de la cama, habitualmente escondido bajo el somier, que entonces era de muelles y chirriaba con cada movimiento como un ferrocarril a punto de deternerse. Si al alba sentías la urgencia de evacuar tus aguas menores, apartabas apenas el rebaño que te cubría, te sentabas en la cama, sacabas el orinal de debajo del camastro y, como podías, descubrías la parte justa de tu anatomía que te permitiese orinar en el artefacto, maniobra no exenta de cierta consuetudinaria destreza que te permitía, mal que bien, evitar los rigores meteorológicos que cada noche caían sobre la casa cerrada como un invierno siberiano. Aliviados tus orgánicos desagües, con otro saludable abdominal, mens sana in corpore sano, empujabas de nuevo el orinal ya relleno bajo tu lecho y volvías a enfundarte en el cálido abrazo colchonero hasta la hora de levantarte.
Hoy los sanitarios con agua corriente, mucho más higiénicos, han desplazado a aquellos bacines pero, por muchas incontables ventajas que Roca y compañía hayan traído para la prevención de malos olores y la expansión de las bacterias, con los antiguos orinales hemos perdido por el camino pequeños placeres como el de la música que los orines cantaban al caer sobre sus variadas superficies, el gorjeo sobre la porcelana, el tintineo del líquido golpeado contra la hojalata.


3 comentarios:

illeR dijo...

Pues a mi los orinales me traen recuerdos horribles, a enfermedades, operaciones y hospitales, a esas veces que estan tan mal que no te puedes mover y tienes que recurrir a ellos...buff, no me molan nada...

virgi dijo...

Ja ja ja, tal cual la casa de mis padres. Genial y auténtico.
Besitos

ismo dijo...

Jeje, tenían algo escatológicamente entrañable