2.1.10

FONTILLES

Hoy es un lugar donde las familias pasean y celebran, aunque la nostalgia se cae de los árboles sobre los edificios centenarios. El recuerdo de la desgracia se mezcla con los cantos de los pájaros y se revela en los claroscuros, en las hebras de luz en los cojines de musgo, en la soledad de las estancias soleadas.

Hace cincuenta años aquí vivían cuatrocientos leprosos que formaban una pequeña comunidad aislada del resto del mundo por un muro de tres kilómetros y medio. Fundado en 1909 por la iniciativa de un jesuita, Carlos Ferrís, y un abogado, Joaquín Ballester, el sanatorio de Fontilles acogió a los leprosos que, hasta entonces, sufrían en cuevas y chozas aisladas el rechazo que provocaba su incurable, contagiosa y terrible enfermedad. Allí, en una treintena de edificios sembrados en una cabecera del hermoso valle de Laguar, que tiende hacia Denia y el Mediterráneo sus pendientes, los leprosos se resignaban a su doloroso e inevitable viaje: hasta los años 50 del siglo pasado no se descubrió un tratamiento eficaz contra la lepra, y sólo paliativo; hasta 1982 no se descubrió un remedio definitivo.

Fontilles creció como una ciudad regada con mucho amor, que fue el de los cientos de voluntarios (mayoritariamente mujeres) que acudían allí para vivir con los leprosos y ayudarles. Había matrimonios y nacimientos, en aquel entorno de enfermedad y muerte, y nuestra imaginación nos lleva a sentir, cuando lo pisamos ahora, esa quieta lucha entre lo mórbido y lo vital, entre la lánguida decrepitud de los edificios y los cantos de la luz en el bosque, la inconmovible traza del muro frente al amplio horizonte de un valle plateado.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Bellísimo!!!

Mucho asombro para 2010, asombro ante la belleza de la creatividad del mundo.
Kuss

XuanRata dijo...

Qué torpe parece ese muro contra la extensión del paisaje. Uno se pregunta si esa vista expléndida redimiría a los habitantes de Fontilles de su encierro o lo volvería más doloroso.

ismo dijo...

Es una zona con mucho encanto, en la que hoy más de la mitad de la población es extranjera y, de ella, más de la mitad son ingleses.

El muro tranquilizó a los habitantes de los alrededores, y la alternativa de los leprosos era una mal llevada vida en lugares aislados e inhóspitos, expuestos al miedo de la población (teme siempre a un perro con miedo, porque no sabes por dónde te saldrá). El muro, paradójicamente, fue su libertad.

El valle tiene historia como lugar de resistencia de gente marginada. Allí se atrincheraron los últimos moriscos frente al decreto de expulsión de 1609. Ni que decir tiene que no les fue tan bien como a los leprosos.

Anónimo dijo...

Qué listos los ingleses!!

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En mi blog he colgado una entrevista con tres escritoras, si fuerais tan amables de dedicarles un ratito, os lo agradecería.
(De pronto me he dado cuenta que las tres son del Levante)

Besos, felices Reyes Magos

virgi dijo...

Triste para unos, seguridad para otros. Así se va haciendo el mundo.
Precioso lugar, como todos los que nos enseñas.
Un abrazo