11.9.09

PLAYAS

Playa de Penarronda

Un día en que el cielo desafió a los satélites meteorológicos dirigimos nuestros pasos a una costa que se prometía con lluvia y, sin embargo, como diría Chesterton, apareció mojada bajo el sol radiante de la bajamar. En Penarronda descubrimos ese limo que es un limbo entre la tierra y el agua, una dulce transición entre todas las gamas del hueso y el azul en la que se alza, como un montón de paja en un prado de arena, la peña redonda. Este monolito mágico está constituido, en parte, por decenas de otros pequeños monolitos parecidos a sí mismo y orlados, como él, por anillos de arena trazados por las mareas; es como una representación gráfica de esa teoría matemática que enuncia que cada escena contiene sus remedos, que cada pequeña piedra ante nuestra vista es capaz de copiar el perfil del horizonte. En Penarronda, estas pequeñas rocas imitan a su hermana mayor y la arena se disfraza de océano; las nubes aguardan a los surfistas.

En la playa de las Catedrales, ya en Galicia, las láminas de piedra confunden el sol y la sombra, la figuración con la abstacción. La imperfección natural es un afán rectilíneo, milimétrico. Las decenas de turistas, huérfanos de semáforos, nos juntamos en rebaño al ritmo de las olas, pequeñas insolentes que la marea baja derrama en nuestros empeines. Otra vez lo natural y lo artificial se aúnan: los ritmos artificiales de la vida diaria y las invisibles pautas de la naturaleza, los pasos de cebra impresos sobre alquitrán y los pasos de arena pintados por la marea.

Playa de las Catedrales

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