20.7.09

INVASIÓN


De mis viajes al campo cantábrico o pirenaico arrastro algo de conciencia culpable: pienso que el campo estaría mejor sin mí. Recorro sus veredas con cierta sensación de que estoy allí de pegote, y de que lo que yo llamo alegremente una visita es, con todas las de la ley, una invasión. A veces consigo superar ese sentimiento (y es entonces cuando arraigo, aunque sea fuera de estación) pero otras no consigo dejar de sospechar que mi presencia entre los robles es extraña, que no hago más que trasladar allí las premuras y las neurosis de mi vida urbanita.

Wenceslao Fernández Florez describía esa sensación en "El bosque animado". Seguramente ya le he citado aquí más de una vez, probablemente con el mismo extracto que hoy copio:

"Cuando un hombre consigue llevar a la fraga [La fraga es un bosque, diverso, sin predominio de ninguna especie en particular. Galleguismo] un alma atenta, vertida hacia fuera, en estado -aunque sea transitorio- de novedad, se entera de muchas historias. No hay que hacer otra cosa que mirar y escuchar, con aquella ternura y aquella emoción y aquel afán de saber y aquel miedo de saber que hay en el espíritu de los niños. Entonces se comprende que existe otra alma allí, infinitas almas: que está animado el bosque entero; almas infantiles también, pequeñitas y variadas, como mariposas, y que se entienden, sin hablar, con la nuestra, como se entienden entre sí los niños pequeñitos que tampoco saben hablar. Pero los hombres suelen llevar rayada ya -como un disco gramofónico- la superficie endurecida de su ánima, con sus lecturas y sus meditaciones, con sus placeres y sus ocupaciones, con sus cariños y sus aborrecimientos. Y van de aquí para allá, pero siempre suenan lo mismo, como sonaría el disco en aparatos diversos, y ellos no pueden escuchar nunca más que la propia voz de su vida ya cuajada. Es en vano que pasen de la montaña al mar o de las calles asfaltadas a los senderillos aldeanos, porque la aguja de cualquier emoción correrá fatalmente por las rayitas de su alegría o de su desgracia y sonará la canción de siempre. Si esos hombres se asoman a la fraga peinsan que el aire es bueno de respirar, o en cuánto dinero producirá la madera, o en la dulzura de pasear entre la sombra verde con su amada, o en devorar una comida sobre el musgo, cerca del manantial donde pondrían a refrescar las botellas. Nada más pensarían, y en nada de ello estaría la fraga, sino ellos. ¡Triste obsesión que hace tan pequeños los horizontes de la vida como el redondel de un disco! Yo, yo, yo, va raspando la aguja hasta ese final que copia tan bien los estertores humanos...".

Wenceslao Fernández Flórez, El bosque animado.

3 comentarios:

XuanRata dijo...

Inevitable. Primero es invadir, aunque uno vaya con las mejores intenciones. Pero tampoco te sientas demasiado culpable: el camino del bosque no es el bosque, la senda está hecha para que el invasor no se de cuenta de su condición. El bosque está en otra parte, y es entonces que nos salimos de la senda, sin rumbo, y nos dejamos invadir, como monos torpes y confiados, y entonces nuestro ruido y nuestras pisadas son tambien el bosque.

Haideé Iglesias dijo...

Wenceslao. Este hombre me es conocido. Lo conozco por leer algunas de sus obras y lo recuerdo por aquel que me lo dio a conocer: curiosamente era un hombre lleno de violencia (de hecho a día de hoy ya ha padecido un derrame cerebral que le ha puesto en contacto con algo que nunca quiso ver de si mismo, su vulnerabilidad, también era una ánima desconectada y bloqueada -y sigue siéndolo- pues no conocía, traducía, ninguno de sus sentimientos sutiles). La palabra que mejor lo podría describir es la de ariete: fuerza bruta empujada por otros para destruir o derribar ( mi personal interpretación por supuesto).

El ánima es la parte femenina que forma parte de nosotros, la que nos pone en contacto con lo más sensible, con lo más vulnerable y con lo que se entrega sin reservas, esto que tan lejos está de una concepción materialista que nos separa -por nuestro afán de controlarla- de la naturaleza,siendo como somos nosotros mismos naturaleza.
Wenceslao habla de esas emociones sutiles que nos ponen en contacto con todo el universo. Cuando percibes las vibraciones de las plantas llegas a comprender todo el daño que les hacemos a otros y por supuesto a nosotros mismos, y no tan sólo con las palabras, sino también con los pensamientos. Pienso que es por esto que muchos de los ritos ancestrales de madurez se desarrollaban en los bosques, dejándote solo, para que pudieras comprender a los espíritus que en el habitan.
Estar en un bosque virgen te emborracha, te llenas de tanta energía que pareces flotar, prefiero no describirlo :) pero si me gusta recrearme en esa sensación, porque eso es, una sensación, algo que no se piensa -aunque se utiliza el cerebro- pera va mucho más allá.

Así pues, Ismo, no me extraña que te sientas como describes. Espero que encuentres y despiertes tu ánima para que la ciudad no "pueda" contigo :)Ya hay demasiado ánimus en el mundo, es hora de equilibrar la balanza, pienso.

Estaré ausente por un tiempo.
Un abrazo

ismo dijo...

Pues será una pena que estés ausente porque tu entrada me da varias cosas en que pensar.

En cuanto a Wenceslao, sé poco de él, y sólo he leido "El bosque animado", aunque más de una vez. Era gallego, amigo de Franco (aunque con desencuentros), y esa etiqueta se tiene muy presente. No conozco sus escritos de carácter político, por lo que no puedo calificarle tampoco en ese sentido. Simplemente me gusta "El bosque..."; nunca he leido nada que expresase con tanta hermosura lo que se siente bajo la arboleda, o frente a ella.

Sobre el ánima, yo no cedería a la tentación de ponerle género. A veces el varón es más instintivo, más animado, y la hembra más práctica, con los pies en el suelo. No me atrevería a etiquetar por género. A veces tus comentarios me hacen pensar en una cierta concepción "céltica" del mundo (aquellos tipos sí comprendían bien a los árboles); tanto los hombres como las mujeres podían ser druidas.

Sobre el bosque, de nuevo Wenceslao: "... lo que hay de tierra misma, tan viejo, tan viejo, tan oculto, se remueve y se asoma porque oye un idioma que él habló alguna vez y siente que es la llamada de los fraterno, de una esencia común a todas las vidas".
Esa es la sensación que despierta el bosque. Como si un amnésico comenzase a recuperar la memoria.